jueves, 23 de junio de 2011

"Velas de Nordelta" -Acrilico sobre tela- junio 2011- 50x60




"Velas de Nordelta"- Acrilico sobre tela- Junio 2011- 50x60- Fue seleccionado en el Concurso Asegurarte de Pintura Espacio Allianz- Nordelta para ser expuesto del 2-7-11 al 9-7-11 inclusive.

domingo, 1 de mayo de 2011

"Atardecer en el Lago Central"- Oleo sobre tela- mayo 2011- 35 x 27 cm (no disponible)

LA CARRERA Y EL PASEO

¡ A quien se le habrá ocurrido que el hombre para ser feliz tiene que tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol!. ¡Que necesidad tenemos los seres humanos de sentir que vamos a trascender! Que cuando no estemos se vayan a acordar de nosotros.

¿Pero las estatuas quien las disfruta? ¿Acaso San Martín disfruta su monumento? Quizás sus descendientes, quien sabe.

Yo lo único que veo en todo esto es cuan aferrados estamos a la vida y la desesperación de permanecer del modo que sea.

¡ Que facilidad tenemos para despegarnos y olvidarnos el "animal" que también somos! Ello nos juega en contra cuando la ola de la realidad a veces nos salpica y nos lo hace recordar. Ahí está la maternidad y la muerte. ¿Por qué nos perdemos en la maraña de las construcciones que nosotros mismos hacemos y nos alejamos tanto de esa realidad ?

Es extraordinario que podamos alzarnos de lo animal pero olvidándonos que también lo somos corremos el riesgo de ser infelices.

Me acuerdo la frase de una persona cercana, profesionalmente ligada a la hermosa tarea de traer niños al mundo, que me hizo una vez de soga a tierra cuando andaba por la vida por alguna de esas construcciones altas que te despegan. Este genial médico me dijo algo tan sencillo como ¿Qué es la vida sino?¿ Para que estamos aquí si no es para reproducirnos? Apenas la escuche, chocó en mis oídos. La pensé salida de un fanático o alguien que había perdido la perspectiva de tanto pasar por salas de parto. Después de tener a mi primogénita entendí lo que me decía. Algo tan sencillo, el ciclo de la vida. Nacemos, nos reproducimos, morimos ¿Por qué nos cuesta tanto comprenderlo?


¿ Porque perdemos la dimensión de nuestra existencia terrenal? ¿Acaso no entendemos que los homínidos no somos los únicos animales que habitamos en el planeta tierra? ¿Que este espacio lo compartimos con otros seres? ¿Qué ni siquiera somos los únicos homínidos que han existido, que ha habido otras especies que se han extinguido? Que nuestro planeta siempre estuvo y esta en permanente cambio, al igual que los seres que lo habitan, que cambian, evolucionan, se extinguen?


¿Nunca pensaron que en la historia de la tierra somos un puntito? ¿ Alguna vez se les ocurrió que así como pudiere resultarnos insignificante una hormiga, nosotros podríamos en este momento ser la "insignificante hormiga" para otros seres? o lo que es peor ¿y si esa hormiga a la que consideramos insignificante en realidad nos viese como "gigantes sonsos" y desorganizados?


Es fantástico pensar que podemos cambiar el mundo pero no deberíamos olvidar que somos un conjunto de células, átomos, que en algún momento van a volver a la tierra y van a formar parte de alguna otra cosa.


Podría marcar dos etapas bien diferenciadas de mi vida. La de la "carrera" y la del "paseo". Quizás éstas tengan que ver con la cosmovisión propia de una persona más joven y la de alguien más adulto, pero observo que muchos adultos viven aún la vida como una carrera y que hay jóvenes que saben pasear.


Yo solía andar por la vida en un auto de carrera, a la mayor velocidad posible, no podía mirar para los costados sino siempre para la meta; de hecho pasaba tan rápido que no se distinguía lo que estaba al lado de la ruta. Me concentraba en llegar rápido, muy rápido y sin distracciones al lugar que me había previamente señalado. Cuando lo lograba -prácticamente siempre que me lo proponía- ni siquiera me daba el lujo de festejar la victoria, ya estaba en marcha hacia otra carrera, no se podía perder el tiempo, había que correr la mayor cantidad de circuitos. El disfrute no se hallaba dentro de ese esquema. Siempre estaba postergado para un tiempo ulterior que algún día lejano llegaría. Entonces sólo el esfuerzo valía.


En algún momento -quizás entre mis treinta y treinta y tres años podría decirse- decidí que los autos de carrera ya no funcionaban para mí. Es que no me gustaba como sonaba el ruido, el olor de las cubiertas quemadas, el humo de los escapes. No podía escuchar la naturaleza que tanto me había llamado la atención allá lejos y hace tiempo. No podía ver el paisaje, no podía oler el pasto recién cortado. No podía sentir sobre mi piel el sol de otoño. No podía ver las caras de la gente, no podía tocarla, no podía sostener fuerte una mano sin sentirme incomoda. No podía disfrutar el "perder el tiempo".

Y queriendo "ganar el tiempo" que paradójicamente sentí perdido decidí subirme a un auto antiguo -no de colección-, descapotable, que no fuera a más de 30 km por hora, que tuviera que parar en un montón de estaciones; y así paseando olvide hacia adonde iba y ya no quise saberlo. No más carreras; ni siquiera las de autos antiguos. A disfrutar el paisaje.

¿Qué me hizo cambiar de vehículo? Quizás el modo que se fue mi querida tía "Evi". ¡ Tanta vida que tenía ! ¡ Tanta energía ! ¡ Tan preocupada por su estética y tan coqueta ! Si hubiera sabido que esa "pancita" con la que lucho siempre la iba a acompañar a su tumba aún después de pasar más de un mes alimentada por suero, quizás se podría haber dado otros "lujos". En fin, todo se vuelve tan relativo.

Y la maternidad me terminó de convencer. No era bueno subir a una beba a un auto de carrera, ¿no?

Y el día que tuve a mi hija, que maravilla, aunque suene trillado. No es lo mismo que lo cuente que el "hacerlo carne" y ahí mismo pensé que tenía que hacer todo lo posible para repetirlo, hasta que llegó mi hijo, y mi felicidad se completó.



Ahora me di cuenta que lo importante es transitar y no llegar. Igual llegar llegas aunque no quieras. Pero si te focalizas en el tránsito y no en el final de la carrera, la disfrutas.

Y sin querer todo vuelve a lo mismo, nacer y morir.

Ya no pienso en eventos de formula uno que otrora me fascinaran. Pero la velocidad tenía sus riesgos, cualquier piedrita hacía tambalear el auto y ¡como se sentían !.

Que lindo ahora los caminos de tierra inexplorados -por lo menos por mi-, el redescubrir lo sencillo; y ¡qué suerte que con este auto viejo se puedan transitar los empedrados sin problemas y con mucha elegancia, hasta suelen resultar divertidos cuando se los sabe tomar! ¡Que buen viaje hacia ningún lugar! ¡ Cuanta gente linda se ve en el camino! También me da tiempo para mirar donde no me quiero detener. Que bueno tener un modelo que no llama la atención. Podes ver la espontaneidad de la gente y no apabullarla con los motores. Podes darte el lujo de que te invadan sin sentirte invadida. Tener la seguridad de que aunque te detengas a ver, este auto noble igual arrancará para seguir su camino. Que es más difícil de que la envidia lo raye. No necesita ruedas ultimo modelo para llevarte a paisajes increíbles. ¡Que maravilla!

No se si algún días pase a otra etapa en la que quiera cambiar a otro modelo. Lo cierto es que hoy estoy contenta con el auto que tengo. Hasta me ha permitido detenerme algunos días a pintar el paisaje, impensado en otros tiempos. Incluso estoy aquí ahora sentada escribiendo y disfrutándolo.

Si ¡disfrutando!, palabra que antes me hubiera enviado a la hoguera. ¡Pero que estas haciendo! "Aprovecha para…." y "¿eso para que sirve?" "¡pero no pierdas el tiempo!" "Sacrificio". Todas frases y palabras que me rebotaron durante mucho tiempo en mi cabeza. Que suerte poder decir que estoy completamente perdiendo el tiempo para hacer nada, que no sirve para nada, para aprovechar absolutamente nada y disfrutándolo un montón y así realmente ganando el tiempo que supe soltar.

No digo que no haya que "sacrificarse". También en el auto descapotable algunos días llueve, hace frio, ¿porque lo vamos a negar?. ¡Pero que delicia!

Que bueno poder respetar a los otros conductores, dejar que cada uno vaya con su auto y tratar de no tocar bocina. Mientras no me encierren o me tiren el auto encima, ¿para que necesitamos la bocina?.

Y en este nuevo viaje me acuerdo de mis abuelas. Y las vuelvo a ver diferente a lo que solía hacer de niña. ¡Ojala tuviese la energía de una de ellas y la paciencia y entereza de la otra! ¡Cuantas cosas por las que seguramente habrán pasado, cuantos cambios habrán debido transitar y hételes allí plantadas con la frente en alto en este mundo con unas hermosas sonrisas! Y de ellas rescato la capacidad de adaptación, justamente la que hizo que la tribu de "Lucy" perdurase y se extinguiesen las otras especies de homínidos que compartían el mismo espacio vital.

Y me viene a la mente lo que una vez me preguntara en jardín de infantes mi hija: "mamá, ¿nosotros descendemos de los dinosaurios?", a lo que contesté: "no hija". Luego insistió diciendo ¿entonces yo estaba dentro tuyo, vos dentro de la abuela y la abuela a su vez dentro de la bisabuela y así hasta el "hombre mono"? Lo que me dejo pensando. En definitiva mi hija de tres años tenia las cosas mas claras que yo. Las células de ese "hombre mono" al que se refería eran las que habían pasado a sus hijos y de ellos a los suyos y así sucesivamente hasta llegar a ella; nos lo enseñan ¿pero lo recordamos?.


LA CARRERA

Quizás tener un padre piloto y una madre que "corre carreras", ambos abogados, me marco para que eligiese andar por la vida en un auto veloz, de primera marca. No podía darme otro lujo. La vida era vista como un sacrificio para llegar a la meta. Todo se hacia por alguna razón conducente y de modo efectivo. Al colegio se iba a estudiar. En casa el tiempo se aprovechaba para hacer algo productivo. Siempre se estaba pensando en el siguiente objetivo, aún mucho antes de arribar al que se había fijado.

En un auto de carrera se debe conocer bien la ruta, no se puede improvisar, cualquier titubeo podría hacernos perder la vida. No se puede "crear" la ruta. Los circuitos se establecen de antemano, no existen las distracciones. El mínimo paso en falso -además de poder ser fatal- sería fácilmente advertido por los atentos espectadores y por las cámaras.

Las paradas en los boxes son las estrictamente necesarias. Nada de conversar con los otros corredores, no conduce a nada. Tampoco conviene "brindarles información", más vale que no sepan quien está debajo del casco. Mejor desconfiar.

Hasta en las "vacaciones" se corre: mirar allí, ver aquello, no olvidar lo otro, llegar allí; no involucrarnos con el paisaje, solo mirarlo, otros disfrutan, nosotros observamos como en una película, rápidamente para ya poder pasar a otra cosa que espera y cumplir así con el plan estipulado.

Y ahora aquí y después allí y mañana en otro lado. Las carreras se corren en muchos lados y no se puede perder tiempo.

¡Cuantas risas y cuantos llantos! ¡Cuantas inseguridades! No había espacio para "innovar", podía uno ser el "asme reir" de la gente. ¡Que va a pensar "la gente"!

Todo había que hacerlo perfecto; por supuesto, para agradar a los espectadores que disfrutan la carrera.

No se puede molestar a "la gente" ni se la puede defraudar. Hay que estar prolijito para el espectáculo.

Por otro lado, segura de mi camino, solía reírme de los autos maltrechos o de los que se salían de la pista. ¡Que sonsos! ¡Que torpes! ¿Cómo no pueden ver que el único camino es el del circuito? y atenta a no rozar con alguno de ellos, a ver si todavía me hacían tambalear el vehículo; y a no correr "carreras de segunda", siempre "Formula Uno".

Pensar que siempre se ganaba si se estaba en el auto correcto y si uno se esforzaba lo suficiente.

Y los "copilotos" debían reunir los requisitos para correr en "Formula Uno" y no haber tenido ningún altibajo en sus carreras.

En el poco tiempo que tenía, dictaba cátedra sobre como debía correrse la carrera. Todo lo generalizaba. Era blanco o negro como la bandera de los circuitos. La meta era la verdad absoluta.

Y el Colegio quería terminarlo para ya estar en la Universidad y poder a la vez trabajar. El curso de ingreso adelantarlo. La facultad rapidito, para ya hacer los posgrados.

No pretendo demonizar esta etapa. Si me hubiesen entrevistado por entonces seguramente les hubiese dicho que era feliz, como entiendo lo soy ahora.

Quizás si no hubiese transitado por allí tampoco hubiese adquirido las herramientas para llegar a ser la persona que hoy soy.



Recuerdos de esta etapa

Creo que lo primero que me acuerdo es el pato inflable que me llevo a Córdoba mi abuela paterna y yo tratando de llenar la pileta del lavadero para poder hacerlo flotar allí. También me acuerdo sentada sobre la cama de mis padres con dos amigas y mi madre sacando el agua para afuera porque la casa se había inundado. O una vez jugando con otras niñas en los pasillos del edificio. Y sentada en la puerta, viendo como cargaban las cosas de la mudanza para irnos a vivir a Paraná.

Cuando murió mi abuelo materno, cuestión que supe por todo el movimiento familiar, pero de la que no pregunté para no afligir a nadie y que años después cuando quisieron contarme les dije que ya lo sabía.

Cuando me traje un zapatito de la muñeca del jardín de infantes del Normal nro.1 de Paraná -pensando que era mió porque tenía en casa unos iguales- e insistí a mi madre para que volviéramos para devolverlo, pero el colegio ya estaba cerrado y no abría hasta el año siguiente ¡Que afligida me quedé!

El curso de "declamación" y mi actuación en el teatro "Tres de Febrero".

El taller de arte. Las danzas clásicas y la profesora que insistía en gritar en francés, por lo que para mí no dio la cuestión para más de un año.

Los juegos en la vereda. La siesta. El heladero que gritaba a esa hora. Las figuritas brillantes, pocas, pero que atesoraba como oro. La muñeca y el muñeco de trapo con cabeza de plástico. La almohadita del moisés. La pequeña pileta plástica que poníamos en el patio. Refrescarnos con el agua de la manguera. El río y sus playas.

La señora de la cuadra que se colgaba todas las pulseras y collares que su físico le permitía y a la que solía llamar "La billouterie".

Cuando nació mi hermana y la tuvieron que internar unos días.

Cuando vine a vivir a Buenos Aires, el nuevo colegio.

El viaje con mi abuela materna con el vapor de la carrera al Paraguay.

Mis estadías vacacionales en Paraná, en la casa de abuelos y tíos. Las largas lecturas de la colección "Robin Hood", el dominó y las cartas con las abuelas y los juegos y manualidades con la tía "Tere".

El "liso" -cerveza que pedían mi abuela y mis tías-, el maní con cáscara y "el carlitos" -como se llamaba allí al sandwich tostado de jamón y queso-.

El calor y los mosquitos. Tomar sol empastada con un protector aceitoso.

Las navidades y vísperas de año nuevo que pasábamos toda la extensa familia juntos, con las mesas decoradas y la comida meticulosa y dedicadamente preparada.

Las sierras de Córdoba y las "excursiones naturales" y escaladas por rocas y rios serranos que guiaba mi madre.

Meterme en lo hondo, detrás de la línea de olas, donde no hacia pie, aprovechando que mi padre entraba al mar a nadar.

Pelear con mi hermana por cualquier pavada y pensar que se iba el mundo en ello. Tratar de luchar con su desorden.

Las muñecas articuladas, los vestiditos que le había hecho mi abuela y los tapaditos que había yo intentado coserles.

Las reuniones de las "chicas" que conformábamos el grupo de estudio que nos acompaño el primario y el secundario. La profesora de hockey que tenía tantos años como el colegio.

El club y la pileta. Mi hermano pequeño una tarde bailando una canción de "Luis Miguel" encima de una de las mesas de afuera del bar del club y la vergüenza que me dio.

Mis primeras incursiones en los "Tribunales". Ayudar a "coser" expedientes.

Cuando la profesora de filosofía del último año del colegio me dijo: "El pez por la boca muere".

El miedo a los "varones".

El curso de inicio a la facultad y el haberme propuesto llegar primera para animarme a hablar con los que iban llegando.


Comienzo de la Transición

Primer acontecimiento desestructurante. Anuncian que debemos mudarnos a Italia por dos años para acompañar a mi padre en una misión.

Pienso entonces: ¡Que barbaridad! ¡Dos años perdidos de la carrera! ¿Cómo los recuperare? ¡Cuando vuelva voy a estar con los "repitentes"!.

Es que para una corredora de "Formula Uno" era como enfriar el motor. Por eso tome allí una Ferrari y también corrí los circuitos Europeos, obteniendo victorias y medallas. En esos dos años hago una carrera universitaria de cuatro y estudio toda la oferta de cursos de italiano, teniendo previsto adelantar a mi regreso la carrera que había suspendido en Argentina, y así recibirme con quienes fueran mis compañeros.

Sin embargo las cosas que vi quedaron latentes.

Italia. Roma. Los olores. Las comidas. La simpatía y el cariño de los italianos. El desorden. Perderme en las callecitas. Los turistas. La historia. Los colores. El atardecer sobre los canales de Venecia.

A la vuelta igual siguieron las carreras y casi no me acuerdo de las llegadas ni de los compañeros de circuito. Títulos y honores.

Y algunas cosas que si bien se ajustaban perfectamente al modelo que me había establecido, por alguna razón ya no me estaban agradando.

Y de golpe me encontré que por primera vez me había olvidado de planear la temporada. ¿En que carrera me anotaría? Y empecé a dar vueltas con mi "Formula Uno" sin tener definido adonde ir. ¡Estoy perdiendo el tiempo! ¡Algo tengo que hacer! Aunque sea mientras pienso que hacer.

Otros cursos y viajes. Viajes de "placer". El caribe. El sol. Los peces de colores. Masajes. El curso de jardinería. El pensar si no me estaba yendo al demonio.

Y entre cursos, me cruzo con otro conductor que también había transitado por Italia y comenzamos a compartir la ruta. No se ajusta estrictamente al plan pero me gusta.

Casamiento. Fiesta. Invitados.

Y ahora ¿qué? ¿niños?


EL PASEO

Ya el auto de carrera me estaba pesando. No servía para andar por la ciudad. Consumía mucha nafta. Costaba estacionarlo. Ya no quería andar de circuito en circuito y brindar espectáculo. Ya me estaba costando recordar la cantidad de rutas que había transitado y me sentía cansada. El traje y el casco me agobiaban. Además no podía planear la temporada y costaba mantenerme en el ranking y cumplir con las expectativas de mi público, de los sponsors y de la escudería. Ya no tenía ganas de mirar tantos carteles indicadores. Menos posar para las fotos cuando estaba en el podio o dar notas a los periodistas o concurrir a los cocktails.

Uno de esos días, no me acuerdo bien cual, devolví el auto "Formula Uno" y empecé a caminar un poco y a estirar las piernas. Me quite el traje, el casco y los zapatos. Me animé a salir del asfalto, volví a tocar el pasto, la arena, el agua, a sentir la brisa, me recosté sobre la tierra. Pensé que quizás estaba desvariando, pero ya eso no me preocupaba.

Y el público continuó insistiendo que tenía que volver a la carrera, pero empecé a no escucharlo. Y la escudería pensó que pasaba por un mal momento y que debía esperar, que ya regresaría. Y los sponsors me tentaban con todo lo que tenían a su alcance. Y se me fueron perdiendo todos en el horizonte. Y lo que decían o hacían hasta comenzó a causarme gracia. Y mi risa les habrá parecido proveniente de una loca escapada de un psiquiátrico y comenzó a no importarme siquiera que les pudiera parecer, y tampoco si realmente había enloquecido. Y empecé a pensar que los locos eran ellos y hasta me dieron pena. Pero por primera vez no me detuve a tratar de convencerlos que el camino que estaba tomando podía resultarles a ellos. Pero es que ni siquiera sabía que camino era o si era un camino.

Y comencé a disfrutar el paisaje, a parar, a emocionarme, a mirar con detenimiento. A no escandalizarme. A divertirme. A reírme. A mezclarme en el tumulto y a observarlo. A escuchar música, a bailar, a cantar. A despegarme de lo que no me gusta. A plantar, a fotografiar, a pintar, a escribir, a besar, a abrazar, a decirles a mis hijos que los amo todas las veces que puedo. A tratar de respetar e intentar que me respeten. A decir no y a decir si.

Y me compré el auto viejo del que les hablaba al principio. Y si me ven pasar traten de no tocarme bocina porque no tengo intenciones de acelerar. Y ni me pienso presentar en carreras. Y ni me esperen en los circuitos. Y los sponsors que se busquen otro piloto. Y la escudería seguro que encontró quien conducir el "Formula Uno", nunca faltan candidatos.

Y no se entusiasme el público de los autódromos, porque lo que acabo de escribir no lo he hecho por ninguna razón "productiva", sólo porque se me dio la gana.



MARIA LUCRECIA SERRAT

Mayo 2011