martes, 29 de noviembre de 2011
viernes, 23 de septiembre de 2011
jueves, 18 de agosto de 2011
jueves, 7 de julio de 2011
lunes, 4 de julio de 2011
sábado, 2 de julio de 2011
jueves, 23 de junio de 2011
"Velas de Nordelta" -Acrilico sobre tela- junio 2011- 50x60
"Velas de Nordelta"- Acrilico sobre tela- Junio 2011- 50x60- Fue seleccionado en el Concurso Asegurarte de Pintura Espacio Allianz- Nordelta para ser expuesto del 2-7-11 al 9-7-11 inclusive.
jueves, 2 de junio de 2011
jueves, 19 de mayo de 2011
domingo, 1 de mayo de 2011
LA CARRERA Y EL PASEO
Y el día que tuve a mi hija, que maravilla, aunque suene trillado. No
es lo mismo que lo cuente que el "hacerlo carne" y ahí mismo pensé que tenía que
hacer todo lo posible para repetirlo, hasta que llegó mi hijo, y mi felicidad se
completó.
¡ A quien se le habrá ocurrido que el hombre para ser feliz tiene que
tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol!. ¡Que necesidad tenemos los
seres humanos de sentir que vamos a trascender! Que cuando no estemos se vayan a
acordar de nosotros.
¿Pero las estatuas quien las disfruta? ¿Acaso San Martín disfruta su
monumento? Quizás sus descendientes, quien sabe.
Yo lo único que veo en todo esto es cuan aferrados estamos a la vida
y la desesperación de permanecer del modo que sea.
¡ Que facilidad tenemos para despegarnos y olvidarnos el "animal" que
también somos! Ello nos juega en contra cuando la ola de la realidad a veces nos
salpica y nos lo hace recordar. Ahí está la maternidad y la muerte. ¿Por qué nos
perdemos en la maraña de las construcciones que nosotros mismos hacemos y nos
alejamos tanto de esa realidad ?
Es extraordinario que podamos alzarnos de lo animal pero olvidándonos
que también lo somos corremos el riesgo de ser infelices.
Me acuerdo la frase de una persona cercana, profesionalmente ligada a
la hermosa tarea de traer niños al mundo, que me hizo una vez de soga a tierra
cuando andaba por la vida por alguna de esas construcciones altas que te
despegan. Este genial médico me dijo algo tan sencillo como ¿Qué es la vida
sino?¿ Para que estamos aquí si no es para reproducirnos? Apenas la escuche,
chocó en mis oídos. La pensé salida de un fanático o alguien que había perdido
la perspectiva de tanto pasar por salas de parto. Después de tener a mi
primogénita entendí lo que me decía. Algo tan sencillo, el ciclo de la vida.
Nacemos, nos reproducimos, morimos ¿Por qué nos cuesta tanto
comprenderlo?
¿ Porque perdemos la dimensión de nuestra existencia terrenal? ¿Acaso
no entendemos que los homínidos no somos los únicos animales que habitamos en el
planeta tierra? ¿Que este espacio lo compartimos con otros seres? ¿Qué ni
siquiera somos los únicos homínidos que han existido, que ha habido otras
especies que se han extinguido? Que nuestro planeta siempre estuvo y esta en
permanente cambio, al igual que los seres que lo habitan, que cambian,
evolucionan, se extinguen?
¿Nunca pensaron que en la historia de la tierra somos un puntito? ¿
Alguna vez se les ocurrió que así como pudiere resultarnos insignificante una
hormiga, nosotros podríamos en este momento ser la "insignificante hormiga" para
otros seres? o lo que es peor ¿y si esa hormiga a la que consideramos
insignificante en realidad nos viese como "gigantes sonsos" y
desorganizados?
Es fantástico pensar que podemos cambiar el mundo pero no deberíamos
olvidar que somos un conjunto de células, átomos, que en algún momento van a
volver a la tierra y van a formar parte de alguna otra
cosa.
Podría marcar dos etapas bien diferenciadas de mi vida. La de la
"carrera" y la del "paseo". Quizás éstas
tengan que ver con la cosmovisión propia de una persona más joven y la de
alguien más adulto, pero observo que muchos adultos viven aún la vida como una
carrera y que hay jóvenes que saben pasear.
Yo solía andar por la vida en un auto de carrera, a la mayor
velocidad posible, no podía mirar para los costados sino siempre para la meta;
de hecho pasaba tan rápido que no se distinguía lo que estaba al lado de la
ruta. Me concentraba en llegar rápido, muy rápido y sin distracciones al lugar
que me había previamente señalado. Cuando lo lograba -prácticamente siempre que
me lo proponía- ni siquiera me daba el lujo de festejar la victoria, ya estaba
en marcha hacia otra carrera, no se podía perder el tiempo, había que correr la
mayor cantidad de circuitos. El disfrute no se hallaba dentro de ese esquema.
Siempre estaba postergado para un tiempo ulterior que algún día lejano llegaría.
Entonces sólo el esfuerzo valía.
En algún momento -quizás entre mis treinta y treinta y tres años
podría decirse- decidí que los autos de carrera ya no funcionaban para mí. Es
que no me gustaba como sonaba el ruido, el olor de las cubiertas quemadas, el
humo de los escapes. No podía escuchar la naturaleza que tanto me había llamado
la atención allá lejos y hace tiempo. No podía ver el paisaje, no podía oler el
pasto recién cortado. No podía sentir sobre mi piel el sol de otoño. No podía
ver las caras de la gente, no podía tocarla, no podía sostener fuerte una mano
sin sentirme incomoda. No podía disfrutar el "perder el
tiempo".
Y queriendo "ganar el tiempo" que paradójicamente sentí perdido
decidí subirme a un auto antiguo -no de colección-, descapotable, que no fuera a
más de 30 km por hora, que
tuviera que parar en un montón de estaciones; y así paseando olvide hacia adonde
iba y ya no quise saberlo. No más carreras; ni siquiera las de autos antiguos. A
disfrutar el paisaje.
¿Qué me hizo cambiar de vehículo? Quizás el modo que se fue mi
querida tía "Evi". ¡ Tanta vida que tenía ! ¡ Tanta energía ! ¡ Tan preocupada
por su estética y tan coqueta ! Si hubiera sabido que esa "pancita" con la que
lucho siempre la iba a acompañar a su tumba aún después de pasar más de un mes
alimentada por suero, quizás se podría haber dado otros "lujos". En fin, todo se
vuelve tan relativo.
Y la maternidad me terminó de convencer. No era bueno subir a una
beba a un auto de carrera, ¿no?
Y el día que tuve a mi hija, que maravilla, aunque suene trillado. No
es lo mismo que lo cuente que el "hacerlo carne" y ahí mismo pensé que tenía que
hacer todo lo posible para repetirlo, hasta que llegó mi hijo, y mi felicidad se
completó.
Ahora me di cuenta que lo importante es transitar y no llegar. Igual
llegar llegas aunque no quieras. Pero si te focalizas en el tránsito y no en el
final de la carrera, la disfrutas.
Y sin querer todo vuelve a lo mismo, nacer y
morir.
Ya no pienso en eventos de formula uno que otrora me fascinaran. Pero
la velocidad tenía sus riesgos, cualquier piedrita hacía tambalear el auto y
¡como se sentían !.
Que lindo ahora los caminos de tierra inexplorados -por lo menos por
mi-, el redescubrir lo sencillo; y ¡qué suerte que con este auto viejo se puedan
transitar los empedrados sin problemas y con mucha elegancia, hasta suelen
resultar divertidos cuando se los sabe tomar! ¡Que buen viaje hacia ningún
lugar! ¡ Cuanta gente linda se ve en el camino! También me da tiempo para mirar
donde no me quiero detener. Que bueno tener un modelo que no llama la atención.
Podes ver la espontaneidad de la gente y no apabullarla con los motores. Podes
darte el lujo de que te invadan sin sentirte invadida. Tener la seguridad de que
aunque te detengas a ver, este auto noble igual arrancará para seguir su camino.
Que es más difícil de que la envidia lo raye. No necesita ruedas ultimo modelo
para llevarte a paisajes increíbles. ¡Que maravilla!
No se si algún días pase a otra etapa en la que quiera cambiar a otro
modelo. Lo cierto es que hoy estoy contenta con el auto que tengo. Hasta me ha
permitido detenerme algunos días a pintar el paisaje, impensado en otros
tiempos. Incluso estoy aquí ahora sentada escribiendo y disfrutándolo.
Si ¡disfrutando!, palabra que antes me hubiera enviado a la hoguera.
¡Pero que estas haciendo! "Aprovecha para…." y "¿eso para que sirve?" "¡pero no
pierdas el tiempo!" "Sacrificio". Todas frases y palabras que me rebotaron
durante mucho tiempo en mi cabeza. Que suerte poder decir que estoy
completamente perdiendo el tiempo para hacer nada, que no sirve para nada, para
aprovechar absolutamente nada y disfrutándolo un montón y así realmente ganando
el tiempo que supe soltar.
No digo que no haya que "sacrificarse". También en el auto
descapotable algunos días llueve, hace
frio, ¿porque lo vamos a negar?. ¡Pero que delicia!
Que bueno poder respetar a los otros conductores, dejar que cada uno
vaya con su auto y tratar de no tocar bocina. Mientras no me encierren o me
tiren el auto encima, ¿para que necesitamos la bocina?.
Y en este nuevo viaje me acuerdo de mis abuelas. Y las vuelvo a ver
diferente a lo que solía hacer de niña. ¡Ojala tuviese la energía de una de
ellas y la paciencia y entereza de la otra! ¡Cuantas cosas por las que
seguramente habrán pasado, cuantos cambios habrán debido transitar y hételes
allí plantadas con la frente en alto en este mundo con unas hermosas sonrisas! Y
de ellas rescato la capacidad de adaptación, justamente la que hizo que la tribu
de "Lucy" perdurase y se extinguiesen las otras especies de homínidos que
compartían el mismo espacio vital.
Y me viene a la mente lo que una vez me preguntara en jardín de
infantes mi hija: "mamá, ¿nosotros descendemos de los dinosaurios?", a lo que
contesté: "no hija". Luego insistió diciendo ¿entonces yo estaba dentro tuyo,
vos dentro de la abuela y la abuela a su vez dentro de la bisabuela y así hasta
el "hombre mono"? Lo que me dejo pensando. En definitiva mi hija de tres años
tenia las cosas mas claras que yo. Las células de ese "hombre mono" al que se
refería eran las que habían pasado a sus hijos y de ellos a los suyos y así
sucesivamente hasta llegar a ella; nos lo enseñan ¿pero lo
recordamos?.
LA CARRERA
Quizás tener un padre piloto y una madre que "corre carreras", ambos
abogados, me marco para que eligiese andar por la vida en un auto veloz, de
primera marca. No podía darme otro lujo. La vida era vista como un sacrificio
para llegar a la meta. Todo se hacia por alguna razón conducente y de modo
efectivo. Al colegio se iba a estudiar. En casa el tiempo se aprovechaba para
hacer algo productivo. Siempre se estaba pensando en el siguiente objetivo, aún
mucho antes de arribar al que se había fijado.
En un auto de carrera se debe conocer bien la ruta, no se puede
improvisar, cualquier titubeo podría hacernos perder la vida. No se puede
"crear" la ruta. Los circuitos se establecen de antemano, no existen las
distracciones. El mínimo paso en falso -además de poder ser fatal- sería
fácilmente advertido por los atentos espectadores y por las cámaras.
Las paradas en los boxes son las estrictamente necesarias. Nada de
conversar con los otros corredores, no conduce a nada. Tampoco conviene
"brindarles información", más vale que no sepan quien está debajo del casco.
Mejor desconfiar.
Hasta en las "vacaciones" se corre: mirar allí, ver aquello, no
olvidar lo otro, llegar allí; no involucrarnos con el paisaje, solo mirarlo,
otros disfrutan, nosotros observamos como en una película, rápidamente para ya
poder pasar a otra cosa que espera y cumplir así con el plan
estipulado.
Y ahora aquí y después allí y mañana en otro lado. Las carreras se
corren en muchos lados y no se puede perder tiempo.
¡Cuantas risas y cuantos llantos! ¡Cuantas inseguridades! No había
espacio para "innovar", podía uno ser el "asme reir" de la gente. ¡Que va a
pensar "la gente"!
Todo había que hacerlo perfecto; por supuesto, para agradar a los
espectadores que disfrutan la carrera.
No se puede molestar a "la gente" ni se la puede defraudar. Hay que
estar prolijito para el espectáculo.
Por otro lado, segura de mi camino, solía reírme de los autos
maltrechos o de los que se salían de la pista. ¡Que sonsos! ¡Que torpes! ¿Cómo
no pueden ver que el único camino es el del circuito? y atenta a no rozar con
alguno de ellos, a ver si todavía me hacían tambalear el vehículo; y a no correr
"carreras de segunda", siempre "Formula Uno".
Pensar que siempre se ganaba si se estaba en el auto correcto y si
uno se esforzaba lo suficiente.
Y los "copilotos" debían reunir los requisitos para correr en
"Formula Uno" y no haber tenido ningún altibajo en sus
carreras.
En el poco tiempo que tenía, dictaba cátedra sobre como debía
correrse la carrera. Todo lo generalizaba. Era blanco o negro como la bandera de
los circuitos. La meta era la verdad absoluta.
Y el Colegio quería terminarlo para ya estar en la Universidad y
poder a la vez trabajar. El curso de ingreso adelantarlo. La facultad rapidito,
para ya hacer los posgrados.
No pretendo demonizar esta etapa. Si me hubiesen entrevistado por
entonces seguramente les hubiese dicho que era feliz, como entiendo lo soy
ahora.
Quizás si no hubiese transitado por allí tampoco hubiese adquirido
las herramientas para llegar a ser la persona que hoy soy.
Recuerdos de esta etapa
Creo que lo primero que me acuerdo es el pato inflable que me llevo a
Córdoba mi abuela paterna y yo tratando de llenar la pileta del lavadero para
poder hacerlo flotar allí. También me acuerdo sentada sobre la cama de mis
padres con dos amigas y mi madre sacando el agua para afuera porque la casa se
había inundado. O una vez jugando con otras niñas en los pasillos del edificio.
Y sentada en la puerta, viendo como cargaban las cosas de la mudanza para irnos
a vivir a Paraná.
Cuando murió mi abuelo materno, cuestión que supe por todo el
movimiento familiar, pero de la que no pregunté para no afligir a nadie y que
años después cuando quisieron contarme les dije que ya lo
sabía.
Cuando me traje un zapatito de la muñeca del jardín de infantes del
Normal nro.1 de Paraná -pensando que era mió porque tenía en casa unos iguales-
e insistí a mi madre para que volviéramos para devolverlo, pero el colegio ya
estaba cerrado y no abría hasta el año siguiente ¡Que afligida me
quedé!
El curso de "declamación" y mi actuación en el teatro "Tres de
Febrero".
El taller de arte. Las danzas
clásicas y la profesora que insistía en gritar en francés, por lo que para mí no
dio la cuestión para más de un año.
Los juegos en la vereda. La siesta. El heladero que gritaba a esa
hora. Las figuritas brillantes, pocas, pero que atesoraba como oro. La muñeca y
el muñeco de trapo con cabeza de plástico. La almohadita del moisés. La pequeña
pileta plástica que poníamos en el patio. Refrescarnos con el agua de la
manguera. El río y sus playas.
La señora de la cuadra que se colgaba todas las pulseras y collares
que su físico le permitía y a la que solía llamar "La
billouterie".
Cuando nació mi hermana y la tuvieron que internar unos
días.
Cuando vine a vivir a Buenos Aires, el nuevo colegio.
El viaje con mi abuela materna con el vapor de la carrera al
Paraguay.
Mis estadías vacacionales en Paraná, en la casa de abuelos y tíos.
Las largas lecturas de la colección "Robin Hood", el dominó y las cartas con las
abuelas y los juegos y manualidades con la tía "Tere".
El "liso" -cerveza que pedían mi abuela y mis tías-, el maní con
cáscara y "el carlitos" -como se llamaba allí al sandwich tostado de jamón y
queso-.
El calor y los mosquitos. Tomar sol empastada con un protector
aceitoso.
Las navidades y vísperas de año nuevo que pasábamos toda la extensa
familia juntos, con las mesas decoradas y la comida meticulosa y dedicadamente
preparada.
Las sierras de Córdoba y las "excursiones naturales" y escaladas por
rocas y rios serranos que guiaba mi madre.
Meterme en lo hondo, detrás de la línea de olas, donde no hacia pie,
aprovechando que mi padre entraba al mar a nadar.
Pelear con mi hermana por cualquier pavada y pensar que se iba el
mundo en ello. Tratar de luchar con su desorden.
Las muñecas articuladas, los vestiditos que le había hecho mi abuela
y los tapaditos que había yo intentado coserles.
Las reuniones de las "chicas" que conformábamos el grupo de estudio
que nos acompaño el primario y el secundario. La profesora de hockey que tenía
tantos años como el colegio.
El club y la pileta. Mi hermano pequeño una tarde bailando una
canción de "Luis Miguel" encima de una de las mesas de afuera del bar del club y
la vergüenza que me dio.
Mis primeras incursiones en los "Tribunales". Ayudar a "coser"
expedientes.
Cuando la profesora de filosofía del último año del colegio me dijo:
"El pez por la boca muere".
El miedo a los "varones".
El curso de inicio a la facultad y el haberme propuesto llegar
primera para animarme a hablar con los que iban llegando.
Comienzo de la Transición
Primer acontecimiento desestructurante. Anuncian que debemos mudarnos
a Italia por dos años para acompañar a mi padre en una misión.
Pienso entonces: ¡Que barbaridad! ¡Dos años perdidos de la carrera!
¿Cómo los recuperare? ¡Cuando vuelva voy a estar con los "repitentes"!.
Es que para una corredora de "Formula Uno" era como enfriar el motor.
Por eso tome allí una Ferrari y también corrí los circuitos Europeos, obteniendo
victorias y medallas. En esos dos años hago una carrera universitaria de cuatro
y estudio toda la oferta de cursos de italiano, teniendo previsto adelantar a mi
regreso la carrera que había suspendido en Argentina, y así recibirme con
quienes fueran mis compañeros.
Sin embargo las cosas que vi quedaron latentes.
Italia. Roma. Los olores. Las comidas. La simpatía y el cariño de los
italianos. El desorden. Perderme en las callecitas. Los turistas. La historia.
Los colores. El atardecer sobre los canales de Venecia.
A la vuelta igual siguieron las carreras y casi no me acuerdo de las
llegadas ni de los compañeros de circuito. Títulos y
honores.
Y algunas cosas que si bien se ajustaban perfectamente al modelo que
me había establecido, por alguna razón ya no me estaban
agradando.
Y de golpe me encontré que por primera vez me había olvidado de
planear la temporada. ¿En que carrera me anotaría? Y empecé a dar vueltas con mi
"Formula Uno" sin tener definido adonde ir. ¡Estoy perdiendo el tiempo! ¡Algo
tengo que hacer! Aunque sea mientras pienso que hacer.
Otros cursos y viajes. Viajes de "placer". El caribe. El sol. Los
peces de colores. Masajes. El curso de jardinería. El pensar si no me estaba
yendo al demonio.
Y entre cursos, me cruzo con otro conductor que también había
transitado por Italia y comenzamos a compartir la ruta. No se ajusta
estrictamente al plan pero me gusta.
Casamiento. Fiesta. Invitados.
Y ahora ¿qué? ¿niños?
EL PASEO
Ya el auto de carrera me estaba pesando. No servía para andar por la
ciudad. Consumía mucha nafta. Costaba estacionarlo. Ya no quería andar de
circuito en circuito y brindar espectáculo. Ya me estaba costando recordar la
cantidad de rutas que había transitado y me sentía cansada. El traje
y el casco me agobiaban. Además no podía planear la temporada y costaba
mantenerme en el ranking y cumplir con las expectativas de mi público, de los
sponsors y de la escudería. Ya no tenía ganas de mirar tantos carteles
indicadores. Menos posar para las fotos cuando estaba en el podio o dar notas a
los periodistas o concurrir a los cocktails.
Uno de esos días, no me acuerdo bien cual, devolví el auto "Formula
Uno" y empecé a caminar un poco y a estirar las piernas. Me quite el traje, el
casco y los zapatos. Me animé a salir del asfalto, volví a tocar el pasto, la
arena, el agua, a sentir la brisa, me recosté sobre la tierra. Pensé que quizás
estaba desvariando, pero ya eso no me preocupaba.
Y el público continuó insistiendo que tenía que volver a la carrera,
pero empecé a no escucharlo. Y la escudería pensó que pasaba por un mal momento
y que debía esperar, que ya regresaría. Y los sponsors me tentaban con todo lo
que tenían a su alcance. Y se me fueron perdiendo todos en el horizonte. Y lo
que decían o hacían hasta comenzó a causarme gracia. Y mi risa les habrá
parecido proveniente de una loca escapada de un psiquiátrico y comenzó a no
importarme siquiera que les pudiera parecer,
y tampoco si realmente había enloquecido. Y empecé a pensar que los locos
eran ellos y hasta me dieron pena. Pero por primera vez no me detuve a tratar de
convencerlos que el camino que estaba tomando podía resultarles a ellos. Pero es
que ni siquiera sabía que camino era o si era un camino.
Y comencé a disfrutar el paisaje, a parar, a emocionarme, a mirar con
detenimiento. A no escandalizarme. A divertirme. A reírme. A mezclarme en el
tumulto y a observarlo. A escuchar música, a bailar, a cantar. A despegarme de
lo que no me gusta. A plantar, a fotografiar, a pintar, a escribir, a besar, a
abrazar, a decirles a mis hijos que los amo todas las veces que puedo. A tratar
de respetar e intentar que me respeten. A decir no y a decir
si.
Y me compré el auto viejo del que les hablaba al principio. Y si me
ven pasar traten de no tocarme bocina porque no tengo intenciones de acelerar. Y
ni me pienso presentar en carreras. Y ni me esperen en los circuitos. Y los
sponsors que se busquen otro piloto. Y la escudería seguro que encontró quien
conducir el "Formula Uno", nunca faltan candidatos.
Y no se entusiasme el público de los autódromos, porque lo que acabo
de escribir no lo he hecho por ninguna razón "productiva", sólo porque se me dio
la gana.
MARIA LUCRECIA SERRAT
Mayo 2011
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